​Visitas

En el 2011, año en el que un derrame cerebral fulminante se llevó a mi papá, se me antojó ponerle un altar. Nunca antes había celebrado el Día de Muertos. De chica, en México, mi mamá nunca ponía altar y lo poco que aprendí sobre esta tradición fue en la escuela, muy de pasada. En realidad siempre me pareció tétrica la creencia de poner una ofrenda para que los difuntos regresen a visitar a sus seres queridos… Si decidí hacerlo, fue para recordarlo y honrarlo, no por que realmente creyera que su alma fuera a visitarme el dos de noviembre.

Pensé en algo muy sencillo. Fotos de él y algunas cosas simbólicas de lo que más le gustaba: una pelota de béisbol, la veladora del migrante, una cerveza sin alcohol, su libro de oraciones, una banderita de México. Averigüé también dónde comprar el tradicional pan de muerto, aunque no recordaba si este último le gustaba o no.

Justo cuando estaba decidiendo qué más le quería poner, Sylvia, mi suegra, llamó para avisar que vendría a visitarnos. ¿Se te ofrece que te lleve algo de México? Me había preguntado con anticipación. Sí, le contesté. Papel picado de colores para decorar mi altar. Inmediatamente percibí la emoción en su voz. ¡Te puedo llevar más cosas! Calaveritas de dulces, calacas de adorno, o lo que quieras.

Mi suegra ofreció ayudarme y yo acepté. A ella le gusta hacer todo en grande y como Dios manda. No sé por qué me sorprendí cuando la vi sacar de su maleta un sin fin de decoraciones. Además del bloque grueso de papel picado, traía velas, flores de cempasúchitl de papel crepé, calaveritas de dulce, y una variedad de adornos como ataúdes, cruces, calacas y catrinas.

—Mira —me explicó—. Debemos poner un arco hasta arriba, ya que por ahí supuestamente entrará el alma del muertito.

Me pidió que la llevara a la tienda de manualidades para comprar todo lo necesario para hacer un arco enorme con unicel, forrarlo de papel morado y adornarlo después con las flores de papel que había traído de México.

—¿Sabes por qué se pone flor de cempasúchil en las ofrendas? Es por que tiene un olor muy particular que atrae a los difuntos. Debemos hacer un caminito de pétalos desde la puerta de entrada hasta el altar para para que el alma de tu papi lo encuentre.

Mi idea de hacer algo sencillo quedó olvidada y mejor decidí seguirle la corriente a mi suegra y tratar de aprender a hacerlo bien.

—Debemos también cocinar frijolitos, tamales, o cosas que le gustaran comer al difunto y ponerlas en cazuelitas de barro sobre el altar —me había explicado—. Y tenemos que conseguir el pan de muerto cuya fragancia a azúcar y naranja supuestamente también atrae a las almas difuntas. Además, el altar debe ponerse en distintos niveles, en dos, tres o hasta siete niveles. Los de hasta abajo representan la tierra y el inframundo y los de arriba representan las dimensiones celestiales. Entonces la ofrenda la podemos poner desde el piso si quieres, luego una mesa bajita, y luego una más alta —continuó entusiasmada.

—¿Por qué no escribes una “calaverita” para tu papá? —me sugirió—. La podemos pegar en la pared en el centro del arco de flores, ¿qué te parece?

Yo nunca había escrito una “calaverita” pero recordaba que eran versos divertidos en rima que explican cómo la muerte se llevó al ser querido. Mientras ella se entretenía decidiendo la mejor manera de colocar todos los adornos y la comida, me aboqué a escribir mi calaverita, y así sentir que por lo menos contribuía con algo:

En la Casa del Migrante lo buscó 

Por la iglesia de St. John Vianney también pasó 

En el YMCA, por si las dudas preguntó 

Hasta que en su camita 

Por fin la Parca lo encontró

Lo que esa huesuda no esperaba

Era lo contento que estaría su corazón

Al darse Miguel cuenta que en el cielo

No existen leyes de migración

Ay Miguelito tras tu partida

Que dichosa despedida.

Aunque la flaca te haya encontrado

Vives en nuestro corazón, por siempre amado

Cuando por fin quedó lista la ofrenda, me pareció espectacular y confirmé que había valido la pena hacer caso de la sugerencia de mi suegra y aprender lo que implica poner una ofrenda tradicional y el sentido de hacerlo. Me sentí orgullosa de recordar y honrar a mi pa con esta tradición alegre y tan mexicana.

—¿De verdad va a venir el abuelo en la noche? —preguntó mi hijo de siete años con cara de susto cuando los senté a el y a su hermano menor frente al altar, para tomarles la foto del recuerdo.

—No me vaya a jalar los pies cuando esté dormido —intervino mi esposo que en ese momento entraba a la casa.

—¡Claro que no, Rodrigo, no asustes a los niños! —aseguré confiada—. Nosotros no creemos en eso, por supuesto que no va a venir. Es solo para sentirlo presente, para acordarnos de él.

Después de ese año, cada primero de noviembre he vuelto a poner mi altar, aunque confieso que nunca con tanto empeño como lo hizo Sylvia la primera vez.  Seguí usando el papel picado y dos años seguidos pude reutilizar el arco que ella había armado. Pero al cuarto año el arco se rompió y no me esforcé en a hacer uno nuevo. Cada año la ofrenda fue quedando un poco más sencilla, sin tantos niveles, ni frijoles ni mole, pero siempre con mucho cariño y repleto de flores, color y amor hacia la memoria de mi pa.

El año pasado fue el quinto aniversario de difunto de mi papá y coincidió que mi suegra volvería a visitarnos en fechas de Halloween y Día de Muertos.

—¿Vas a poner altar? —me preguntó —¿Quieres que te lleve algo? ¿Tienes papel picado? ¿Quieres calaveritas de azúcar?

—No sé si lo voy a poner —le contesté. La verdad era que no tenía ánimo de hacer nada, con la situación política, el ambiente anti inmigrante y el tema de las elecciones, me sentía bastante deprimida.

Ella volvió a preguntarme cuando llegó a Houston. Sospeché que a ella le daba ilusión volver a ayudarme.

—Bueno está bien, suegris, ayúdame a ponerlo —le dije por fin la mañana del día primero de noviembre. Bajé la caja del ático, la que dice “Día de Muertos” y me dispuse a sacar todo lo que desde hace cinco años ella me había regalado.

—¿Conservas el arco que hicimos la primera vez? – me preguntó y le confesé que se había roto–. Vamos a hacer otro, yo te ayudo.

—No es necesario, de verdad, no pasa nada si no tiene arco, es solo para recordar a mi pa.

Yo pensé que ella se iba a empeñar en hacerlo y en conseguir más flores de cempasúchil, o en que cocináramos algo de lo que le gustaba a mi papá. Pero no insistió.

La ofrenda quedó muy linda, aún sin contar con todo lo que debe tener. Además de no contar con el arco, solo tenía dos niveles, y no le pusimos nada de comida más que pan de muerto y una cerveza. Mi suegra se mostró muy contenta con el resultado y yo también.

La noche del dos de Noviembre vinieron a cenar mi mamá y mis hermanas. Sylvia me ayudó a preparar la cena. De postre cenamos pan de muerto. Cuando se fueron todos, prendí las velitas del altar y le tomé algunas fotos. Disfruta tu cerveza y el pan, Father, si vienes a visitarme, pensé en broma al apagar la luz.

***

—Hola Cuas —me dijo cuando abrí los ojos y lo sentí ahí al lado de mi cama.

¿Cuas?, me estremecí. ¡Así me decía él cuando yo era chiquita!

—Father, ¡estás aquí! ¿Cómo es posible?

—Pues es Día de Muertos hijita, y aunque los años pasados no he querido venir a asustarte, esta vez sí tenía que venir a hablar contigo. Esto de las elecciones nos tiene a todos muy nerviosos y necesitaba comentarlo con un vivo. Eres la única de tus hermanas que me pone ofrenda, ni tu mami lo hace, y además sé que este tema a ti también te ha de preocupar.

—Si Pa, no sabes cuánto he estado pensando en ti, cuanto te he extrañado y deseado poder hablar contigo, saber qué dirías ante este desastre — le dije incorporándome en la cama—. Cuéntame, ¿qué se dice por allá de lo que está pasando? ¿No nos podrán echar una mano y hacer algo para que no gane Trump?

—Ay hija, a nosotros solo nos dejan salir una vez al año y el año pasado en Día de Muertos ningún difunto creía que podía pasar lo que pasó. Todos los años que me has puesto ofrenda he venido a visitarte pero nunca me había animado a despertarte, no te quería asustar, solo que ahora sí tenía que hablar contigo de esto.

—¿De verdad has venido cada año Pa?

—Si Cuas. Pero te confieso que el primer año te luciste. Digo, los años siguientes me ha gustado el altar, sé que me lo has puesto con cariño, pero ese primero se los llevó de calle. No es una queja, como te dije, eres la única de tus hermanas que me lo pone, así que te lo agradezco.

—Ay sí Pa, perdóname. De hecho, ¿cómo le hiciste para entrar? No te puse un arco…

—Bueno, el año pasado me costó trabajo, te confieso que mi alma sudó, por eso te agradecí que este año lo volvieras a poner…

—Pero, ¿cómo? ¿Cuál arco? Si yo no… —dije sorprendida. ¡Mi suegra! pensé de inmediato.

—Olvida eso, ya no importa, no tengo mucho tiempo y no quiero que se despierte tu marido y le dé un infarto del susto. Sigamos hablando de política. Me tiene muy preocupado. Lo único que sé es que si gana Trump, a México le va a ir muy mal.

—Sí, por el muro que quiere construir en la frontera.

—Deja el muro hija, lo que me tiene temblando es lo que va a pasar si lleva a cabo su plan de deportación. Me preocupa tanto nuestra gente hija, los más pobres, los que no tienen voz, los migrantes.

—Ya sé Pa, yo estoy aterrada también. Te he imaginado revolcándote en la tumba del susto.

—Dime por favor, ¿ya puedes votar? ¿Y tu mami? ¿Y tus hermanas? Llevo meses preocupado por saber si van a poder votar.

—Si Pa, me naturalicé en el verano. Rodrigo también. Lo hicimos para poder votar. Y mi ma se hizo ciudadana poco después de que te fuiste. Gaby y Ceci también.

—Bueno pero tú, prométeme que vas a ir a votar. Que vas a llevar a Rodrigo, a tu mami y a tus hermanas. Que vas a ir tempranito, no vaya a ser que les toquen muchas filas, tengas que ir por tus hijos a la escuela y ya no te de tiempo. Prométemelo por favor.

—Si, Pa, no te preocupes, créeme que es muy importante para mí. ¿Pero qué más puedo hacer Pa?

—Reza Cuas, reza. ¿Recuerdas la oración que me gustaba? ¿La del Abandono?

—Claro Pa, siempre la rezo.

—Vamos a rezarla juntos —me pidió.

Alargué mi mano para tomar la suya pero solo sentí su ausencia. Sonrió y me dijo que cerrara los ojos.

Padre, en tus manos me pongo,
haz de mi lo que quieras. 
Por todo lo que hagas de mi, te doy gracias. 
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal de que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas. 
No deseo nada más, Dios mío. 
Pongo mi alma entre Tus manos, te la doy, Dios mío,
con todo el ardor de mi corazón porque te amo, 
y es para mi necesidad de amor el darme,
el entregarme entre tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.

Al decir Amén, conmovida, escuché solo mi voz. Abrí mis ojos y ya no estaba. Mi corazón latía con fuerza. Tantas cosas que hubiera querido decirle, preguntarle, aclarar con él. Rodrigo roncaba sin percibir mi llanto a rienda suelta. Me tomó un buen rato volverme a dormir.

A la mañana siguiente desperté. Mi suegra, Rodrigo y mis hijos seguían dormidos. Me levanté y fui hacia el comedor, donde estaba mi ofrenda. Efectivamente mi suegra se las había ingeniado para poner un arco sin decirme nada. Sonreí agradecida. Vi la foto de mi papá. Y la canasta de pan, con el pan intacto, la cerveza cerrada. ¿Lo habré soñado? 

Unos días después, Sylvia se regresó y yo quité mi altar. Antes de guardar todo en la caja de “Día de Muertos” leí una vez más la calaverita dedicada a mi Pa. El año que entra prometo ponerte el arco, y prepararte mole y frijoles, pensé al cerrar la caja.

El ocho de noviembre cumplí mi promesa y fui a votar. Y me aseguré de que toda mi familia lo hiciera también. Después, cuando se confirmó el resultado de las elecciones, no tenía palabras para expresar lo que sentía. Solo pensaba en mi Pa.

Ha pasado ya un año desde su visita. Hay tanto que quisiera platicar con él. De política en México y en Estados Unidos, de Dios y de su vida en el cielo, de mis hijos, de los migrantes, de los «dreamers», del huracán Harvey y del terremoto en México, y por supuesto de la serie mundial entre los Astros y los Dodgers. Hoy es primero de noviembre otra vez y cumplo mi segunda promesa. Coloco el arco sobre el altar y cierro mis ojos. Deseo poder volver a verlo, a escucharlo. Y aún si es solo en sueños, deseo poder rezar con él una vez más la Oración del Abandono.

1o de noviembre del 2017

 

 

 

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